¿Cómo se configuran los cánones literarios y qué papel juegan los gatekeepers en ello? Ana Negri indaga en las tensiones entre transparencia, poder y relaciones del circuito literario a partir de los dilemas de visibilidad y validación que la convocatoria a la encuesta de Desmadres expone.
Introducción
El año pasado, a partir de la planeación del Festival Desmadres, en el equipo de producción comenzamos a hacernos muchas preguntas acerca de la literatura. Algunas más generales —sobre el lugar de la literatura en la sociedad, en comparación con el resto de las artes, por ejemplo, o sobre las divisiones que se pretenden intrínsecas a la literatura: narrativa, poesía y dramaturgia— y otras de carácter más específico, sobre literatura latinoamericana. Discutimos sobre las inquietudes que parecen estar en primer plano en los textos, sobre la importancia que ha cobrado la figura del autor en la valoración de las obras, sobre el lugar que ocupa la literatura latinoamericana para las personas que leen, sobre quiénes son esas personas e, incluso, si en América Latina se lee literatura latinoamericana, o si cada país se limita a leer lo que en él se produce, como sucede en gran medida en Argentina.
Así empezó a aparecer una pregunta clave que tenía que ver con los mecanismos de validación de ciertas voces, de ciertos ritos de paso que había que cumplir para publicar —lo que algunos llaman “el caminito”—, para hacerlo en ciertos medios, para conseguir una edición de las editoriales más prestigiosas, para obtener becas y premios, para ser traducidos y alcanzar los grandes mercados del libro, como son hoy España, Estados Unidos y Alemania para la literatura latinoamericana. En otras palabras: nos preguntamos, citando a Ana Gallego Cuiñas, por los distintos gatekeepers que intervienen en la configuración de un canon literario latinoamericano.
Las conversaciones eran interminables; a veces se caldeaban los ánimos, a veces se convertían en largas francachelas, hasta que decidimos que esa misma discusión había que socializarla. Teníamos la posibilidad de indagar en el asunto, y las herramientas para tratar de entender cuáles son los sistemas de validación literarios. Decidimos, entonces, armar una encuesta multitudinaria para conocer la opinión, dentro del mundo de la cultura, acerca de quiénes eran lxs autorxs imprescindibles de nuestra época. A tono personal, tenía una suerte de esperanza ingenua en que, debajo de las formas más evidentes de validación y circulación de los libros, hubiera una lectura distinta. Mi fantasía era que entre los primeros lugares apareciera una voz que hasta entonces permanecía en las sombras, como autor de culto, que se movía por circuitos ajenos a los del mercado. Cada quien sus fantasías, ¿no?
Nos pusimos en marcha. Había que contactar escritores, editores, traductores, gestores, libreros, académicos y otras muchas personas que forman parte del ecosistema literario, para preguntarles quiénes consideraban que eran los autores imprescindibles de nuestra época. La idea de la encuesta era que cada una de las personas convocadas eligiera a cinco autores latinoamericanos que hubieran publicado al menos un libro en el siglo XXI, y que no hubiera muerto antes del 15 de abril de 2023, fecha arbitraria pero que nos permitió establecer un corte preciso. La característica particular de nuestra encuesta no solo era que se trataba de una votación a gran escala, sino que cualquier persona que mirara los resultados encontrara de manera pública y transparente a la gente que votó y a los autores por los que votaron.
Personas, no datos
Desde el inicio, tomamos la decisión de no recurrir a redes sociales ni a canales de difusión masiva para invitar a participar en la encuesta, sino convocar a cada participante de manera individual. Así nos evitábamos, en primer lugar, la mediación de ese nuevo gatekeeper que son los algoritmos; en segundo lugar, necesitábamos poder controlar varios factores de la encuesta: que la participación incluyera a personas de todos los países que fueran posibles, que los participantes formaran parte de algún ámbito de la cultura —no necesariamente como profesionales, pero sí con una afinidad comprobable ya fuera por estudios o por participación en alguna rama artística— y que votaran una sola vez.
La invitación uno a uno nos permitía asegurarnos de que la propuesta y el objetivo de la encuesta fueran comprendidos. Con ella abríamos un espacio de comunicación en el que los encuestados podrían plantear sus dudas, expresar inquietudes o incluso discutir aspectos que les resultaran confusos; y, por último, cada uno de los votos sería perfectamente verificable. En resumen, tratamos de planear todo lo que pudimos para que la encuesta nos acercara, de manera genuina, a entender la relación entre el reconocimiento de ciertos autores y su afinidad con los distintos gatekeepers que conocíamos.
Sin embargo, lo que inicialmente parecía una estrategia reflexiva y empática, pronto se reveló como un reto monumental. La personalización de las invitaciones requería mucho tiempo, un seguimiento concienzudo de cada una de las comunicaciones que se fueron estableciendo y, sobre todo, paciencia y resistencia a la frustración. Lo cierto es que valió la pena hacerlo así, no solo porque, efectivamente, sabemos que cada uno de los votos es verificable y se puede rastrear su procedencia, sino también porque en esas conversaciones se sumó gente que tal vez habría pasado por encima una invitación masiva, y porque, por encima de todo lo demás, en el uno a uno aprovechamos para transmitir nuestro entusiasmo e iniciamos nuevos debates sobre el tema.
El elogio del anonimato
Pese a las complicaciones logísticas que implicó llevar a cabo la convocatoria en el uno a uno, el principal reto al que nos enfrentamos fue la transparencia de la encuesta. Esa particularidad era percibida, por lo general, con cierto reparo. ¿Por qué hacerlo así, cuando el anonimato permitiría respuestas no mediadas por el pudor o los intereses cruzados? La respuesta es simple: para transparentar la información. Queríamos ofrecerle, a quien se acercara después a los resultados, lo mismo que cualquiera demanda cuando publican los seleccionados de listas, de premios, de residencias: una respuesta al “¿y eso quién lo decidió?”.
Sin embargo, la decisión de hacer públicas las votaciones tuvo mucho mayor impacto del que consideramos en un principio. Muchas personas optaron por no participar cuando comprendieron que sus elecciones serían visibles para todo mundo. El problema, como se puede sospechar, no era la transparencia en sí, sino las implicaciones que esta tenía en un entorno profesional y social donde las relaciones y las alianzas son cruciales.
Para algunos editores, por ejemplo, el hecho de que sus votos fueran públicos significaba comprometer su trabajo y, potencialmente, su relación con los autores que publican. En lugar de votar según sus verdaderas preferencias, algunos se vieron en la encrucijada de tener que elegir entre la honestidad y la diplomacia, haciendo evidente el conflicto de intereses. Escritores, críticos, y otras personas convocadas también se sintieron atrapadas en los intríngulis de las lealtades y las expectativas. Votar por un autor amigo podría ser visto como un gesto de camaradería, mientras que no hacerlo podría ser interpretado como una traición. A su vez, algunos temían las repercusiones de no alinearse con las preferencias de grupos influyentes en la comunidad literaria o de contradecir las opiniones de colegas cercanos. Ante ese panorama, muchas personas se bajaron y prefirieron no participar.
Este contexto de presiones y compromisos reveló una dura verdad: la transparencia, aunque esencial para la credibilidad de la encuesta, resultó un obstáculo para la participación sincera. La necesidad de proteger relaciones personales y profesionales hizo que muchos se abstuvieran de votar, prefiriendo el silencio a la posibilidad de generar conflictos o malentendidos. Es decir, que la transparencia que proponíamos se transformó en una barrera que limitaba la participación y exponía la fragilidad de las dinámicas de poder y amistad en el mundo literario.
Contra las listas
Hubo otro asunto que, aunque de menor incidencia, me parece esencial mencionar porque está directamente relacionado con nuestra mayor dificultad y es que muchas personas reaccionaban de manera negativa frente a la idea de otra lista más. Para estos convocados, las listas están confeccionadas básicamente en función de los conflictos de interés de los que hablaba antes, de modo que terminan siendo plataformas en las que los mismos gatekeepers aprovechan para promocionar ciertos autores o libros y no herramientas para acceder, como se supone al menos frente al público lector, a libros y escrituras sobresalientes.
En esos casos, aun cuando exponíamos las formas en las que estábamos procurando escapar a esas dinámicas —la participación de un público amplísimo, la consideración de cinco autores por persona convocada y la transparencia de los votos—, la negativa solía ser irreductible, aunque las conversaciones no dejaban de hacernos ruido. ¿Bastaría con una convocatoria más abierta y plural para cambiar la lógica de la que hablaban? ¿Podrían los votos que registraríamos de las personas estar cerca de abarcar la diversidad del campo literario latinoamericano como para señalar sus más destacados exponentes? Seguimos adelante con la tarea, convencidos de que habría que esperar a ver los resultados, de que algo nos quedaría claro en el recuento de los daños.
Al final, completamos un número importante de votaciones, lo que nos permitió seguir adelante con la idea de la encuesta y con este número de la revista que dedicamos al canon y a todas las cuestiones que la encuesta detonó. En última instancia, la encuesta no solo funcionó como un instrumento para visibilizar ciertas tendencias dentro del ámbito literario latinoamericano, sino que, a través de la convocatoria, encontramos un espejo que reflejó las intrincadas relaciones de poder, amiguismos e intereses que lo atraviesan.
Quizás lo más valioso de esta experiencia sea el haber puesto en movimiento un diálogo que, lejos de cerrarse con esta encuesta, apenas comienza. Los resultados son una fotografía de un momento específico, pero el proceso de discutir, de evaluar y reflexionar sobre el peso de nuestras elecciones literarias y lo que las determina es un camino que sigue abierto. Porque, al final, más allá de la lista que generamos, lo interesante será lo que hagamos con las conversaciones que surgen de ella.
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Ana Negri (Ciudad de México, 1983) es escritora, editora y doctora en Estudios Hispánicos. Ha colaborado con ensayos, crónicas y relatos en publicaciones de distintas partes del mundo y forma parte de las antologías Mexicanas II y Pasión Puma. Los eufemismos, su primera novela, se editó en varios países de Latinoamérica y en España, y fue traducida al francés. Desde 2022 vive en Buenos Aires, donde hace producción cultural y da talleres de lectura y escritura.